¿Qué es, en realidad, lo que se
imagina aquel que, en nuestros tiempos, siente la vocación de la pluma, del
pincel o del clarinete? El, ante todo, quiere ser artista. Quiere crear el
arte. Anhela, entonces, con la belleza, la bondad y la verdad alimentarse a sí
mismo y a sus conciudadanos, se propone ser Vate, Bardo, Sacerdote y regalarse
en su ser a los demás, quemarse en el altar de los sublime, procurando a la
humanidad ese maná celestial tan deseado. Además quiere dedicar su Talento al
servicio de la idea, y quizás conducir a la humanidad o la Nación al mejor
futuro. ¡Qué fines más nobles! ¡Qué magníficos propósitos! ¿No eran tales,
acaso, los fines y propósitos de Shakespeare, Goethe, Beethoven o Chopin? Aquí
está la cosa, sin embargo, que vosotros no sois Chopines ni Shakespeares, sino
a lo mejor semi-Shakespeares y cuartos de Chopin (¡Oh, malditas partes!) y por
consiguiente esa actitud sólo destaca vuestra triste inferioridad e
insuficiencia, y parecería como si quisierais por fuerza saltar al pedestal,
rompiéndoos en torpes saltos vuestras partes del cuerpo muy preciosas.
Creedme: existe una gran
diferencia entre el artista que ya se ha realizado y aquella muchedumbre
infinita de semi artistas y cuartos de bardos que se empeñan en realizarse. Y
lo que queda bien en el genio, en vosotros suena de modo distinto. Más
vosotros, en vez de procuraros concepciones y opiniones según vuestra propia
medida y concordantes con vuestra realidad, os adornáis con plumas ajenas, y he
aquí por qué os transformáis en eternos candidatos y aspirantes a la grandeza y
a la perfección, eternamente impotentes y siempre mediocres; os volvéis
sirvientes, alumnos y admiradores del Arte, que os mantiene en la antesala (…)
(…) De modo plástico así
expondría yo el problema: Imaginad que un adulto y maduro vate, inclinado sobre
sus papeles, está pugnando con la obra… Y mientras tanto sobre su nuca se le ha
posado un adolescente, o un semiaclarado semiculto, o una doncella, o alguna
persona de alma mediana, o cualquier ser más joven, inferior y más oscuro, y he
aquí que aquel ser, aquel adolescente, doncella, semiculto u otro cualquier
turbio hijo de la subcultura le agarra la mente con su fórceps, ataca su alma,
la estrecha y la aprieta, la rejuvenece, la inmadurece y la prepara a su modo,
rebajándola a su nivel, ¡Ah, en sus brazos! Pero el creador, en vez de afrontar
al inoportuno, finge no notar su presencia y -¡qué loco!- cree que eludirá la
violación, fingiendo no ser violado por nadie. ¿Acaso no es eso justamente lo que
ocurre con vosotros, comenzando por los grandes genios y terminando por los
pequeños y refinado bardos de segundo coro? ¿Acaso no es verdad que todo sea
más maduro, superior, mayor y más perfeccionado depende, en mil diferentes
maneras, de seres que se encuentran en estados de desarrollo más temprano, y
acaso esa dependencia no nos compenetra hasta la médula misma del espíritu
nuestro, de tal modo, que es dable decir: el mayor por el menor está sin cesar
creado? ¿Acaso escribiendo no debemos adaptarnos al lector? Hablando ¿no nos
hacemos dependientes espiritualmente de aquel para el cual hablamos? ¿No
estamos mortalmente enamorados de la juventud? ¿No debemos en cada momento
buscar los favores de seres inferiores, ajustarnos a ellos, doblegarnos,
someternos, ora a su prepotencia, ora a su hechizo, y esta violación dolorosa
que sobre nuestras personas comete la semioscura inferioridad no será la más
aguda y la más engendradora de las violaciones? Pero vosotros, hasta ahora,
sólo sabéis esconder vuestras cabezas en la arena ante la violación y, ocupados
en el cincelamiento de vuestras aburridas rimas, no tenéis ni tiempo ni gana
para interesaros en eso. Mientras en realidad sois sin cesar violados, adoptáis
un semblante como si nada ocurriese, ¡oh, porque vosotros sólo entre vosotros
os divertís y la madurez vuestra es tan madura que sólo sabe convivir con la
madurez!
Pero si os preocupaseis menos por
el arte y más por vuestras personas, no os callaríais nunca frente a tal
terrible violación de la persona; y el poeta en vez de que para otro poeta sus
poemas escribiese, se sentiría penetrado y creado desde abajo por fuerzas que
hasta ahora pasaba por alto. Comprendería que el único modo de librarse de
aquella presión formidable es reconocerla; y trataría de que en su mismo
estilo, su actitud, su tono, su forma tanto artística como cotidiana, se notase
en toda evidencia esa vinculación con lo bajo. Ya no se sentiría sólo Padre,
sino Padre y a la vez Hijo, y no escribiría sólo como sabio, como fino y
maduro, sino más bien Sabio siempre entontecido, como Fino sin cesar
brutalizado y como Adulto siempre rejuvenecido. Y así, alejándose de su
escritorio, se encontrase accidentalmente con un niño, un adolescente, una
doncella o un semiculto, ya no se aburriría con ellos y tampoco les daría
protectoras, didácticas y pedagógicas palmadas en el hombro, enseñándole con
toda superioridad sus enseñanzas, sino más bien en un santo temblor se pondría
a gemir y rugir y aun, quizás, caería de rodillas. En vez de huir ante la
inmadurez encerrándose herméticamente en las así llamados cenáculos, concebiría
que el estilo en verdad universal es sólo ese que, en convivencia con seres de
diferente condición social, edad, educación y desarrollo, lenta y
paulatinamente se crea. Y esto llevaría por fin a una forma tan jadeante de
creación y llena de enorme poesía que todos os convertiríais en grandioso
genios.
Mirad, entonces, qué esperanza os
trae la personal concepción mía, ¡y qué perspectivas! Pero si quisierais que
ella se convirtiese en una concepción cien por ciento creadora y definitiva,
tendríais que dar todavía un paso adelante, y este paso es tan atrevido, agudo
y terminante, tan ilimitado en sus posibilidades y demoledor en sus
consecuencias, que sólo de lejos y en voz muy baja lo mencionarán mis labios.
He aquí –ya llegó el tiempo, ya se puede empezar, ya sonó la hora en el reloj
de los siglos-: tratad de oponeros a la
forma, liberaos de la forma. Dejad de identificaros con lo que os define.
Tratad de esquivaros de toda expresión vuestra. Desconfiad de vuestras
opiniones. Tened cuidados de las fes vuestras y defendeos de vuestros
sentimientos. Retiraos de lo que parecéis ser desde afuera y huid ante toda
exteriorización, así como un pajarito ante la serpiente huye.
Pues –pero no sé, francamente, si
ya hoy pueden mencionarlo mis labios- es erróneo el postulado de que el hombre
debería ser definido, es decir, inquebrantable en sus conceptos, categórico en
sus declaraciones, claro en sus ideologías, decidido en sus gustos, responsable
de sus palabras y actos, preciso y cristalizado en todo su modo de ser.
Contemplad de más cerca lo quimérico de ese postulado. El elemento nuestro es
la inmadurez eterna. Lo que hoy podemos pensar, sentir y decir, forzosamente se
convertirá en una tontería para los bisnietos. Mejor sería, entonces, si hoy ya
tratásemos todo eso como una tontería, adelantándonos al tiempo… Y esa fuerza
que os lleva a una definición prematura no es, como creéis, una fuerza
enteramente humana. Pronto nos daremos cuenta que ya no es lo más importante
morir por las ideas, estilos, tesis, lemas y credos, ni tampoco aferrarse y
consolidarse a ellos, sino esto: retroceder un paso y tomar distancia frente a
todo lo que se produce sin cesar en nosotros.
De Witold Gombrowicz en Ferdydurke.
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