Frente al mundo, el indiferente
no es ni ignorante ni hostil. Tu propósito no es redescubrir las saludables
alegrías del analfabetismo, sino, al leer, no conceder ningún privilegio a tus
lecturas. Tu propósito no es ir desnudo por ahí sino estar vestido sin que eso
implique necesariamente afectación o abandono; tu propósito no es dejarte morir
de hambre, sino solamente alimentarte. No es que quieras llevar a cabo estas
acciones con total inocencia, pues la inocencia es un término demasiado fuerte:
solamente, simplemente, si es que ese “simplemente” tiene algún sentido,
dejarlas en un terreno neutro, evidente, desprovisto de todo valor, y no, ante
todo no, funcional, porque la funcionalidad es el peor de los valores, el más
hipócrita, el más comprometedor, aunque patente, fáctico, irreductible; que no
haya nada más que decir: lees, estás vestido, comes, duermes, caminas, que sean
acciones, gestos, pero no pruebas, no monedas de cambio: tu ropa, tus
alimentos, tus lecturas ya no hablarán en tu lugar, ya no tendrás que hacerte
el listo a través de ellos. Ya no les confiarás más la agotadora, la imposible,
la mortal tarea de representarte.
De Georges Perec en Un hombre que duerme.
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