12 mayo 2011

Un programa

Los mismos principios: no prohibirse nada salvo lo que contraviene la paz del alma construida con paciencia y hábitos continuados. Chicos y chicas, jóvenes y no tan jóvenes, bellos o no, sagaces o no, únicos o múltiples, sucesivos o contemporáneos, yuxtapuestos o simultáneos, no importan los amores con tal que se practique un Eros ligero, “accesible y fácil” dice Horacio. La ligereza triunfa como virtud cardinal, como principio constructor del querer libertino: no infligir nada y no soportar nada pesado, huir tanto de la pesadez impuesta como de la pesantez sufrida. Querer la vivacidad, la sutilidad, la delicadeza, la elegancia y la gracia, prohibiendo(se) radicalmente la menor onza de peso en la relación sexuada y sexual, amorosa y sensual (…) Es pesado lo que fija, inmoviliza y nos vuelve sedentarios. Lo que pide cuentas, lo que exige un derecho de inspección y nos somete a la presión de una voluntad tercera. Lo que otorga a las pulsiones de muerte un poder exorbitante en la intersubjetividad. Lo que se inmiscuye, se insinúa entre los dos e instala como fuerza intersticial un fermento de descomposición y una potencia abrasiva y corrosiva. Lo que abate las alas de Eros y trata de echar por tierra el capital aéreo y primero de toda historia amorosa. Lo que hace surgir las demandas de explicaciones, las propuestas de justificación, las invitaciones de las promesas, las fantasmagorías regresivas e infantiles en el momento mismo del presente puro. Lo que deja plenos poderes al odio a sí. Lo que hipoteca el porvenir y quiere la clausura. Lo que quiere la eternidad cuando debe triunfar el instante.

La obra de Ovidio propone una práctica libertaria e igualitaria de la seducción. Allí donde habitualmente la etimología enseña que seducir significa desviarse del camino, desplazarse, instalarse en una vía imprevista, separada, dirigirse a otra parte, aparte y apartado, la nueva definición ovidiana de este viejo concepto supone un encaminarse a dúo, en común, y en la claridad (…) Además de invitar al arte de conquistar, el tratado hedonista invita a poner los talentos del impetrante en el arte de la conservación. Ovidio construye con todas las piezas una ética de la dulzura. Contra la brutalidad feudal y la violencia burguesa, la lógica del Eros ligero formula una moral del cuidado del otro. De ahí la promoción de virtudes constructivas en la economía de esta ética voluptuosa: atención, ternura, dulzura, paciencia, entrega. El placer de uno no debe pagarse con el displacer del otro. No hacer el mal. Y tampoco sufrirlo.

Ahora bien, los autores de las fábulas sobre animales deberían tener en cuenta al erizo, pues este animal expresa en el grado más alto las virtudes de la prudencia, de la previsión y el cálculo hedonista. Su técnica para evitar lo negativo procede del repliegue, del recogimiento, del cierre de las escotillas por las que el mundo suele penetrar habitualmente en la carne y por tanto en el alma. Desde que aparece el riesgo del estrés, de la frustración o de la amenaza, el erizo baja la cabeza, vuelve a colocar sus púas delante de la cara, arruga la nariz, que se encoge y se recoge (…) El erizo rechaza tanto el mimetismo de los parajes como la violencia del predador, pues prefiere una sabiduría verdaderamente hedonista: evitar el displacer, ponerse en la posición de no tener que sufrir ningún disgusto, instalarse en el retiro ontológico. Ni desaparecer, ni atacar, sino estructurarse como fortaleza a partir de un pliegue en el que se preserva la identidad. El erizo ilustra una de las vertientes del ideal hedónico: aspirar al placer, desde luego, tender hacia la satisfacción, evidentemente, buscar las ocasiones de regocijarse, sin dudas, pero asimismo, y tan poderosamente, conjurar el displacer, expulsar las causas del malestar, pulverizar los motivos de insatisfacción. No querer lo negativo pesa tanto en la aritmética de los placeres como buscar lo positivo.

El descubrimiento de la distancia ideal donde el otro deja de amenazar, a la manera de arrecifes y escollos, supone recurrir a la retórica del contrato. La buena distancia se realiza recurriendo al lenguaje, a los signos, a la palabra, a los sentidos intercambiados por dos actores lúcidos, informados y decididos a hacer coincidir sus actos y sus declaraciones. No tomo en consideración a los incapaces de decidir desde una perspectiva común, a los que dicen una cosa y hacen la contraria, a los que hablan recto pero actúan torcidamente; rechazo a los que habitan en un corte, en una locura, en un malestar, en una rotura, en una fisura que disuelven la sana intersubjetividad; excluyo a los astutos, a los hipócritas, a los mentirosos, a los mitómanos, a los histéricos; dejo de lado a los enfermos, a los indigentes, a los retrasados de la ética; paso de largo delante de los especialistas del doble lenguaje, del juego adulterado, de la duplicidad mental; rechazo lo que los juristas denominan el delincuente relacional –y todos aquellos de los que Diógenes de Enada subraya su incapacidad fundamental y visceral para contratar (…) Podemos contratar para el matrimonio, para tener hijos, familia, para la monogamia, la fidelidad, la mutua asistencia, la exclusividad sexual, la relación duradera, pero también podemos hacerlo para la independencia, la autonomía, la libertad, la soltería, la soberanía, el tiempo limitado y contenido en formas convenidas. En el momento de los compromisos esenciales, cada cual dispone libremente de los medios para elegir entre la absorción comunitaria o el júbilo individualista (…) El libertino, tal como lo entiendo, nunca contrata por encima de sus posibilidades: no pone nada por encima de su libertad; nunca se ha extraviado en las promesas que comprometen para la eternidad; nunca ha seducido al otro con edenes en los que no cree; nunca juega con las palabras, la voz y la retórica para obtener despreciables éxitos a través de la mentira; nunca hipoteca el futuro, ni traza ningún plan astronómico, nunca habla de los años por venir; dice lo que va a hacer y hace lo que ha anunciado; desde el primer momento afirmó que de ninguna manera se sacrificaba a las mitologías y a los fantasmas familiaristas de su cultura; no habla de amor, de hogar, de conyugalidad, de paternidad, de maternidad, de monogamia; mantiene lo que un día prometió: la voluntad feroz de dar y recibir placer, y la determinación de romper el contrato o aceptar que el otro tome la iniciativa para ello si el proyecto empieza a parecer irrealizable o ya lo es.

De Michel Onfray en Teoría del cuerpo enamorado. Va un video para quien lo quiera conocer un poco más.

7 comentarios:

cd dijo...

che esto me gusto mucho eh? me parece Muy interesante. gracias por compartirlo. beso

Anónimo dijo...

Quedó clarísimo

Anónimo dijo...

El (buen consejo del) sendero del campo despierta un sentido que ama lo libre y que trasciende, en el lugar adecuado, la turbia melancolía hacia una última serenidad. Combate la necedad del mero trabajar que efectuado sólo porque sí fomenta únicamente la inanidad.

Voilà! Encontré ésto entre fotocopias y cuadernos y pedazos de apuntes rayados y me hizo acordar a Un programa de persecuciones. Salú! pm.

Anónimo dijo...

Todavía se extrañan los viernes de poesía.

Anónimo dijo...

Barzonear es "vagar sin meta, pero no sin rumbo". Lo que los franceses llaman frâner. Una búsqueda que conoce las convenciones, pero que no se somete a ellas. Que está más interesada en las variaciones y en los matices. (Barzón es una invitación a reconocer la riqueza de lo complejo y lo contradictorio, y a confiar en que sabremos elegir).

No sé a dónde va todo esto, ni a qué viene. Esto que no es mucho más que un copy de una revista. Revista Barzón, claro. Creo que va por el lado de persecuciones y esa mandera de andar.. que no es frâner, pero a esta hora ¿qué importa? Salú! pm.

Anónimo dijo...

En francés la palabra dérive significa tomar una caminata sin objetivo específico, usualmente en una ciudad, que sigue la llamada del momento. El filósofo francés situacionista Guy Debord, quiere establecer una reflexión a las formas de ver y experimentar la vida urbana dentro de la propuesta más amplia de la psicogeografía. Así en vez de ser prisioneros de una rutina diaria, él plantea seguir las emociones y mirar a las situaciones urbanas de una forma nueva radical.

Otro copy (y paste esta vez). Salú!, encore, pm

Cynthia dijo...

Me recuerda a la voz que cruzaba esa mesa redonda y entre los montones de frutas rojas, hablando sobre criaturas de mar. Flotando sobre el abismo el balcón, y sin embargo la postura ligera. Apreciaban, como quienes intentan preservar la identidad… al “no hacer el mal. Y tampoco sufrirlo.”