Voy con la nena, me dijo, y ya lo imaginé todo. Una reunión breve. No soy capaz de pasar muchas horas con un niño dando vueltas por mi casa. Una cita aburrida. ¿Cómo sostener una conversación sobre Baudelaire o sexo anal delante de una criatura? No íbamos a poder hablar de esas cosas que nos mantenían despiertos en la edad de oro de nuestra amistad. Repasé intensamente todas nuestras imposibilidades actuales y me lamenté. Saber de antemano me hizo sentir viejo. Había creado un recuerdo anticipado del encuentro y ya quería olvidarlo. Bajé a abrirle y, efectivamente, ahí estaba, con Laurita en brazos.
-¿Qué hacen locas? Tanto tiempo...
-Bien. Subamos que hace frío. Tengo mil cosas para contarte.
Hace años que conozco a Lola. Ese día que entró al aula, en sus ropas de oficina, llamó la atención de todos. Es que sus tetas son las mejores que una mujer puede tener. Redondas. Paradas. Naturales. Además, es muy linda, ella. Ahí estaba yo, sentado al fondo, con los ojos clavados en sus pechos bamboleantes. La vi caminar, esquivando sillas y miradas, directo hacia mí.
-¿Qué tal?
-Fascinado.
Se rió, tímida, como si no me creyera. Nos hicimos amigos enseguida. Con el tiempo, me acostumbré a no mirarle las tetas. Le puse un biombo amistoso a mi excitación. Su discreción y vergüenza ayudaron: es de esas mujeres que, o bien no saben lo que tienen, no son concientes del poder de unas buenas tetas, o bien lo saben, pero no les importa en absoluto, no las muestran ni las usan. Cuando se pone un bikini, por caso, se cubre con un pareo o si viste un escote, está muy incómoda, pendiente todo el tiempo de que nada se escape, y acaba por taparse con algún saquito a mano.
Subimos y fue hasta el cuarto a sacarse los abrigos y tirarlos sobre mi cama. Me sorprendió verla con un strapless. Nos sentamos en los sillones del living. Con la nena en brazos, se lanzó a hablar:
-El laburo. Me tiene podrida. Mi jefe. Me vuelve loca. No sabés lo que me hizo. El otro día...
Me sonreí al escuchar de nuevo ese modo tan particular que tiene de parlotear, nervioso, ágil, con una especie de miedo irracional a las palabras largas y a las frases complejas. No sé de qué iba la historia porque enseguida dejé de escucharla. Como si tuviera un audífono, bajé el volumen de sus quejas y me quedé mirándola con nostalgia. Recordé cómo me divertía pasear con ella. Iba yo atento a las miradas que le echaban hombres calientes y mujeres envidiosas que mostrarían orgullosas sus prótesis al mundo. Esas miradas después se dirigían, curiosas, hacia mí, buscando saber quién era el beneficiario, el que podía tocar esos pechos y hundir la cabeza en medio. Yo sonreía, canchero, como si alguna vez los hubiera tenido en mis manos. Pero nunca los toqué. Traté siempre de hacer a un lado mi deseo para vivir una amistad que disfrutaba. Supongo que a ella le pasaba un poco lo mismo. No estoy seguro, porque así son las cosas cuando hay dos, sin certezas, con dudas, pero siempre hubo en el aire, entre nosotros, un tufo a cosa contenida. Creo que ella, igual que yo, gustaba de nuestra amistad y no quería echarlo todo a perder por unos polvos.
Se paró y fue hasta la computadora. Puso unos videos en youtube, unos neomuppets que cantaban y bailaban. Laurita se sentó mirando el monitor, como hipnotizada. Volvió a acomodarse en el sillón, frente a mí, y continuó. Ahora se trataba de su hermana que se había ido a vivir con no se quién a no se dónde. Seis meses pasaron desde la última vez que la vi, en el primer cumpleaños de la nena. Y pensar que nos pasábamos los días enteros tirados en su cama viendo películas. A ella le gustaba Wenders y el cine alemán. Yo prefería películas chocolateras. Nos complementábamos. Más de una vez dormimos juntos, en la misma cama. Los dos vestidos, ella de un lado y yo del otro. Se dormía primero y roncaba un poco. Entre sueños, a veces sentía que me rozaba la espalda, como al descuido. Me pregunto si una mujer se da cuenta cuando le apoya las tetas a alguien. Lola me enseñó, por ejemplo, que cuando una chica se pone una mini para salir es porque quiere sexo.
-Quiere ponerla.
-Que se la pongan, querrás decir.
-Es lo mismo.
Fue sin querer, pensaba yo, para volver a conciliar el sueño. A la mañana se levantaba rápido al baño para que no le viera su cara de dormida. Yo me iba a casa apurado, escondiendo las erecciones. Un buen día conoció un chico que le gustó mucho y después otro que le gustó más, se fue a vivir con él y tuvieron una hija. Nunca dejamos de vernos pero los encuentros se fueron espaciando hasta casi desaparecer. No está bien, dicen, que una mujer de novia se pase las horas en la cama con otro tipo aunque sólo se trate de ver películas y conversar. En estas cosas navegaba mi pensamiento mientras ellas se refería a no se qué problema con el padre de la nena.
Laurita, que hacía rato jugaba abajo de la mesa con un cubilete, pasó de una queja graciosa a un llanto estridente. Entonces, sucedió. Lola la levantó con los dos brazos, abrió un poco las piernas y la apoyó en su falda. Sin dejar de hablar, se bajó el strapless con una mano y se tapó con la otra. Ahí nomás, le dio de mamar. Traté de desviar la vista hacia la ventana, pero el sonido de la boquita succionadora me retumbaba en los oídos. No pude disimular más y clavé la mirada en su pecho.
-Y el muy cretino. Hace como dos meses. Que no me pasa un mango.
Me lo decía sin mirarme, mientras cuidaba que la nena no se manche. Mi corazón se aceleró y mi pantalón se abultó. Cuando la bebé por fin se sació, y volvió a apoyarla sobre su falda, ahí quedó, al descubierto. Era hermosa, redonda, blanca, con un pezón rosado, perfecto. Le chorreaba un hilito de leche. Por primera vez en toda la noche, Lola hizo silencio. Levantó una ceja, me miró de reojo y sonrió. Una cara que no le había visto nunca. Cinco segundos duró el milagro. Con la satisfacción de quien paga una deuda, se volvió a acomodar la remera, le secó la boca a la hija y siguió hablando.
-¿Qué hacen locas? Tanto tiempo...
-Bien. Subamos que hace frío. Tengo mil cosas para contarte.
Hace años que conozco a Lola. Ese día que entró al aula, en sus ropas de oficina, llamó la atención de todos. Es que sus tetas son las mejores que una mujer puede tener. Redondas. Paradas. Naturales. Además, es muy linda, ella. Ahí estaba yo, sentado al fondo, con los ojos clavados en sus pechos bamboleantes. La vi caminar, esquivando sillas y miradas, directo hacia mí.
-¿Qué tal?
-Fascinado.
Se rió, tímida, como si no me creyera. Nos hicimos amigos enseguida. Con el tiempo, me acostumbré a no mirarle las tetas. Le puse un biombo amistoso a mi excitación. Su discreción y vergüenza ayudaron: es de esas mujeres que, o bien no saben lo que tienen, no son concientes del poder de unas buenas tetas, o bien lo saben, pero no les importa en absoluto, no las muestran ni las usan. Cuando se pone un bikini, por caso, se cubre con un pareo o si viste un escote, está muy incómoda, pendiente todo el tiempo de que nada se escape, y acaba por taparse con algún saquito a mano.
Subimos y fue hasta el cuarto a sacarse los abrigos y tirarlos sobre mi cama. Me sorprendió verla con un strapless. Nos sentamos en los sillones del living. Con la nena en brazos, se lanzó a hablar:
-El laburo. Me tiene podrida. Mi jefe. Me vuelve loca. No sabés lo que me hizo. El otro día...
Me sonreí al escuchar de nuevo ese modo tan particular que tiene de parlotear, nervioso, ágil, con una especie de miedo irracional a las palabras largas y a las frases complejas. No sé de qué iba la historia porque enseguida dejé de escucharla. Como si tuviera un audífono, bajé el volumen de sus quejas y me quedé mirándola con nostalgia. Recordé cómo me divertía pasear con ella. Iba yo atento a las miradas que le echaban hombres calientes y mujeres envidiosas que mostrarían orgullosas sus prótesis al mundo. Esas miradas después se dirigían, curiosas, hacia mí, buscando saber quién era el beneficiario, el que podía tocar esos pechos y hundir la cabeza en medio. Yo sonreía, canchero, como si alguna vez los hubiera tenido en mis manos. Pero nunca los toqué. Traté siempre de hacer a un lado mi deseo para vivir una amistad que disfrutaba. Supongo que a ella le pasaba un poco lo mismo. No estoy seguro, porque así son las cosas cuando hay dos, sin certezas, con dudas, pero siempre hubo en el aire, entre nosotros, un tufo a cosa contenida. Creo que ella, igual que yo, gustaba de nuestra amistad y no quería echarlo todo a perder por unos polvos.
Se paró y fue hasta la computadora. Puso unos videos en youtube, unos neomuppets que cantaban y bailaban. Laurita se sentó mirando el monitor, como hipnotizada. Volvió a acomodarse en el sillón, frente a mí, y continuó. Ahora se trataba de su hermana que se había ido a vivir con no se quién a no se dónde. Seis meses pasaron desde la última vez que la vi, en el primer cumpleaños de la nena. Y pensar que nos pasábamos los días enteros tirados en su cama viendo películas. A ella le gustaba Wenders y el cine alemán. Yo prefería películas chocolateras. Nos complementábamos. Más de una vez dormimos juntos, en la misma cama. Los dos vestidos, ella de un lado y yo del otro. Se dormía primero y roncaba un poco. Entre sueños, a veces sentía que me rozaba la espalda, como al descuido. Me pregunto si una mujer se da cuenta cuando le apoya las tetas a alguien. Lola me enseñó, por ejemplo, que cuando una chica se pone una mini para salir es porque quiere sexo.
-Quiere ponerla.
-Que se la pongan, querrás decir.
-Es lo mismo.
Fue sin querer, pensaba yo, para volver a conciliar el sueño. A la mañana se levantaba rápido al baño para que no le viera su cara de dormida. Yo me iba a casa apurado, escondiendo las erecciones. Un buen día conoció un chico que le gustó mucho y después otro que le gustó más, se fue a vivir con él y tuvieron una hija. Nunca dejamos de vernos pero los encuentros se fueron espaciando hasta casi desaparecer. No está bien, dicen, que una mujer de novia se pase las horas en la cama con otro tipo aunque sólo se trate de ver películas y conversar. En estas cosas navegaba mi pensamiento mientras ellas se refería a no se qué problema con el padre de la nena.
Laurita, que hacía rato jugaba abajo de la mesa con un cubilete, pasó de una queja graciosa a un llanto estridente. Entonces, sucedió. Lola la levantó con los dos brazos, abrió un poco las piernas y la apoyó en su falda. Sin dejar de hablar, se bajó el strapless con una mano y se tapó con la otra. Ahí nomás, le dio de mamar. Traté de desviar la vista hacia la ventana, pero el sonido de la boquita succionadora me retumbaba en los oídos. No pude disimular más y clavé la mirada en su pecho.
-Y el muy cretino. Hace como dos meses. Que no me pasa un mango.
Me lo decía sin mirarme, mientras cuidaba que la nena no se manche. Mi corazón se aceleró y mi pantalón se abultó. Cuando la bebé por fin se sació, y volvió a apoyarla sobre su falda, ahí quedó, al descubierto. Era hermosa, redonda, blanca, con un pezón rosado, perfecto. Le chorreaba un hilito de leche. Por primera vez en toda la noche, Lola hizo silencio. Levantó una ceja, me miró de reojo y sonrió. Una cara que no le había visto nunca. Cinco segundos duró el milagro. Con la satisfacción de quien paga una deuda, se volvió a acomodar la remera, le secó la boca a la hija y siguió hablando.
12 comentarios:
¡¡¡Increíble esta historia!!! Me encantó. No te tenía...
me encanto
me transporto
y me dio una ternura tremenda
Lo primero que pensé fue: Que apasionante es juntar ganas de algo... y que finalmente un día te ocurra.
Creo que pocos tienen la virtud de vivir esta clase de historias.
Lo segundo... fue guardarme esta frase: "Supongo que a ella le pasaba un poco lo mismo. No estoy seguro, porque así son las cosas cuando hay dos, sin certezas, con dudas, pero siempre hubo en el aire, entre nosotros, un tufo a cosa contenida."
Excelente!
Deberias escribir as seguido historias, lo haces muy bien.
Beso!
Ahora me quedé sin palabras...Fue casi como ver una buena pelíula.No esperaba menos de tu historia y vos...
me encanto!!!! subtitulaste perfecto la pollerita....me transportaste a la inocencia mas increible! gracias
Lindo che. Bien contado. Un final extraordinario para unahistoria un poco irritante. Varias emociones las que suscita este relato.
Saludos!
Hay una escena de 'Volver' de Almodovar, en la que Penelope Cruz está en la cama con su compañero. Él la busca, pero ella le rehusa. Entonces él se masturba, mientras ella de espaldas llora. Esa masturbación me pareció una escena tan cruel...
Hace y resalta el respeto que marca vuestro relato. Felicidades.
saludos
Dr.
pienso que está bueno saber que pasa una vez que uno lanza al mundo algo propio.
por si acaso coincidieras con esto, te cuento.
leí el texto de madrugada,escuchando Las cosas tienen movimiento en versión Spinetta, y quedé mirando el punto final un rato, pensando. Dolores es una palabra que vuelve, siempre.
en fin, salud.
qué bien escrito, qué buena historia, simple, pero hermosa!
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