Le cuento acerca de mi fascinación por Nadya, esta Mujer que tuvo octillizos gracias a un tratamiento de fertilización in vitro. Me informa que ya tiene otros seis hijos concebidos de la misma manera. Y que deseaba ser madre tan desesperadamente que terminó un matrimonio porque no podía procrear. Le digo que esta Mujer es el nuevo Dios. Y su maternidad, el último milagro perfecto. Me explica que es un milagro imposible para los hombres, que no pueden hacer nada del estilo. Le suelto, irónico, que tenemos la fuerza del torso y el pensamiento abstracto. Me asegura que no se puede clavar un clavo con el falo. Le sugiero que esta mujer no puede ser un hombre castrado, no puede ser perseguida por la envidia del pene. Me propone que soy una mujer incompleta, que soy perseguido por el deseo inconsciente de parir. Intervengo, que con todo ese dolor y esa sangre, ¡quién querría! Masculla que mi reacción es agria e insinúa que las mujeres nacen con muchas ventajas a nivel de capacidades. Opina que el día en que los hombres puedan dar a luz, entonces podremos empezar a hablar de igualdad de derechos. Le insisto, que la mujer es el último lugar sagrado, el último refugio, y esta Nadya, el último Dios. Me apunta que mi último Dios se hizo un par de cirugías estéticas para parecerse a Angelina Jolie. Le advierto que tiene sentido.
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