09 enero 2009

La amistad

“¿Cómo aceptar hablar de este amigo? Ni para alabanza ni en interés de alguna verdad. Los rasgos de su carácter, las formas de su existencia, los episodios de su vida, incluso de acuerdo con la búsqueda de la que se sintió responsable hasta la irresponsabilidad, no pertenecen a nadie. No hay testigos. Los más cercanos no dicen más que lo que les fue cercano, no lo lejano que se afirmó en esa proximidad, y lo lejano cesa en el momento en que cesa la presencia. En vano pretendemos mantener, con nuestras palabras, con nuestros escritos, lo que se ausenta; en vano le ofrecemos el señuelo de nuestros recuerdos y una cierta figura nueva, la dicha de permanecer en la luz, la vida prolongada con una apariencia verídica. No pretendemos más que llenar un vacío, no soportamos el dolor: la afirmación de ese vacío. ¿Quién consentiría en aceptar su insignificancia, tan desmesurada que no tenemos memoria capaz de contenerla y necesitaríamos deslizarnos en el olvido para llevarla, el tiempo de ese deslizamiento, hasta el enigma que representa? Todo lo que decimos no tiende sino a ocultar la única afirmación: que todo debe desaparecer y que no podemos permanecer fieles más que velando por este movimiento que desaparece, al que algo entre nosotros, algo que rechaza todo recuerdo, pertenece desde ahora (…) Debemos renunciar a conocer a aquellos a quien algo especial nos une; quiero decir, debemos aceptarlos en la relación con lo desconocido en que nos aceptan, a nosotros también, en nuestro alejamiento. La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio y donde, no obstante, cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos), sino el movimiento del convenio de que, hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual lo que separa, se convierte en relación. Aquí, la discreción no consiste en la sencilla negativa a tener en cuenta confidencias (que burdo sería, soñar siquiera con ello), sino que es el intervalo, el puro intervalo que, de mí a ese otro que es un amigo, mide todo lo que hay entre nosotros, la interrupción de ser que no me autoriza a disponer de él, ni de mi saber sobre él (aunque fuera para alabarle) y que, lejos de impedir toda comunicación, nos relaciona mutuamente en la diferencia y, a veces, en el silencio de la palabra.”

En La risa de los dioses de Maurice Blanchot.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¨Pero curiosamente, Foucault, que conoció a tanta gente o se cruzo con ella más adelante, nunca llegó a conocer a sus idolos. Bataille murio poco despues de su regreso a Francia y ni con Blanchot ni con Char trabara lazos de amistad. En su ´Michel Foucault tel que je l´imagine´...Blanchot cuenta que solo se hablaron una vez. ¨con M.Foucault no llegue a establecer relaciones personales. Nunca coincidimos salvo una vez en el patio de la Sorbona, durante los acontecimientos de Mayo del 68 (pero me dicen que no estaba aqui), cuando le dirigi unas palabras, sin que él supiera quien le estaba hablando¨. Blanchot comentara ´La historia de la locura´ a su publicación y Foucault analizará la obra de Blanchot en un extenso articulo de 1966 ¨la pensée du dehors¨. Su unico diálogo consistirá pues en lo que intercambiaban de libro en libro. ¨No conseguimos encontrarnos¨, dice tambien Blanchot. Pero ¿y si hubieran deseado,en el fondo, que así fuera?
Por su parte, cuando fallece Clavel, admirador foucaldiano confeso, en 1979, Foucault rendira un homenje emocionado a este ompañero de luchas: publica en Le Nouvel Observateur un breve artículo en el que le compara con Blanchot-¡Y ya sabemos lo queestosignifica para Foucault!- ¨Blanchot: diáfano, inmóvil, acechando una luz mas transparente que la luz, atento a las señales que solo brillan en el movimiento que las desvanece. Clavel: impaciente, sobresaltándose al menor ruido, clamando en la penumbra, llamando a la tormenta. Estos hombres- ¿como concebir a dos hombres más dispares?- han introducido en el mundo desorientado en el que vivimos la única tensión que no haya provocado después nuestro sarcasmo o nuestro sonrojo: la que rompe el hielo del tiempo¨ Y concluye: ¨Estaba en el centro de lo que sin duda constituye lo más importante de nuestra época. Quiero decir: Una amplísima y profundísima alteración en la consciencia que Occidente, poco a poco, se ha ido formando de la historia y del tiempo. Todo lo que organizaba esta consciencia, todo lo que le otorgaba una continuidad, todo lo que le prometía una culminación, se desgarra. Algunos quiesieran recomponerlo de nuevo. El nos dice que, hoy mismo, hay que vivir el tiempo de otra manera. Sobretodo actualmente.¨

De Didier Eribon en ¨Michel Foucault¨. Anagrama. Biblioteca playera ponéle.

Saludos desde Gesell Santi!