26 enero 2008

(Des)encuentros

“¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían co­municado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intoca­ble... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué ex­traños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos mo­mentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo de­formaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creen­cia mía y que, en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juven­tud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuan­do en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin lími­tes de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entre­visto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intri­gado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándo­me muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿Y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo le­jos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.”

De Ernesto Sábato en El Túnel.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El túnel es uno de los pocos libros que leí más de una vez, y uno de los pocos del que recuerdo pasajes casi enteros.

Anónimo dijo...

"con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo le­jos sonreír o bailar despreocupadamente"
Que feo es sentirse asi por una mina; es de lo peor sentir una atracion tan grande y recibir nada del otro lado, es lo que mas recuerdo de cuando lei el libro.