Las pinceladas de Lichtenstein, parodias del expresionismo abstracto, toman algo que tiene cierta sensibilidad, lo descartan, y luego lo restituyen, pero a la manera de un cliché. Un artilugio que se corresponde con uno de nuestros mecanismos más necesarios de defensa: bromear acerca de lo que más importa; en este caso, reírse del gran arte (¡Y a la vez crearlo!). La leyenda cuenta que cuando Lichtenstein comenzó a tomar clases con Allan Kaprow éste lo iluminó: “No puedes enseñar color a partir de Cézanne, sólo lo puedes aprender a partir de cosas así” y le enseñó un chicle Bazooka. En sus pinceladas la ironía básica consiste en, simplemente, la noción de representar el aspecto de cualquier embadurnamiento espontáneo con deliberado cuidado. Lo maravilloso sobre esta ironía es que la reconstrucción cuidadosamente concebida y ejecutada de una pincelada explosiva y violenta parece mucho más explosiva y violenta que una pincelada real.
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