12 septiembre 2007

Una belleza siniestra y fría

I
Raza de Abel, duerme, bebe y come;
Dios te sonríe complaciente.
Raza de Caín, arrástrate
en el fango y muere miserablemente.
Raza de Abel, tu sacrificio
¡Agrada al olfato del Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio
,¿acabará alguna vez?
Raza de Abel, ves prosperar
tus siembras y tu ganado;
Raza de Caín, tus entrañas
aúllan hambrientas igual que un perro viejo.
Raza de Abel, calienta tu vientre
en tu hogar patriarcal;
Raza de Caín, tiembla de frío
en tu antro, ¡pobre chacal!
Raza de Abel, ¡ama y prolifera!
Tu oro también se multiplica.
Raza de Caín, ardiente corazón,
guárdate de esos grandes apetitos.
Raza de Abel, tú creces y roes
¡como las chinches la madera!
Raza de Caín, arrastra
por los caminos a tu arruinada familia.
II
¡Ah!, raza de Abel, tu carroña
¡abonará el humeante suelo!
Raza de Caín, tu tarea
no ha sido aún acabada;
Raza de Abel, para tu vergüenza,
¡las cadenas fueron vencidas por el venablo!
Raza de Caín, sube al cielo,
¡y arroja a Dios sobre la tierra!

Esta semana se cumplieron 150 años de la publicación de Las Flores del Mal de Charles Baudelaire. Este poema -“Abel y Caín”- siempre me gustó porque evidencia el inconformismo del poeta y ese 'orgullo digno' del que sabe que la rebelión está condenada al fracaso pero, aún así, se rebela.

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