En el lugar donde trabajo, por desgracia, se ha descubierto la existencia de un buchón (‘por desgracia’ no por el lugar, no por el descubrimiento sino porque trabajo -fantaseo con vivir en una época en la que no esté más de moda ese cuento de que ‘el trabajo dignifica’). No es que no intuyéramos la presencia de un soplón pero ésta se confirmó gracias al hallazgo de un cuaderno en el que el botón anotaba todas aquellas supuestas faltas en las que el resto incurría (obvio, nunca un delator es honesto y anota sus propias faltas; si lo hiciera lo primero que habría de apuntar es: ‘soy un fucking acusón’). Lo que se pudo leer, no fue fácil porque al final del día guardaba el anotador en su bolso y lo llevaba consigo, era del estilo ‘12/3 S. llegó 10 minutos tarde’ o ‘13/3 C. tarda más de la cuenta en hacer el trabajo que se le pide’. Esta revelación implicó, paralelamente, otra: hay pichones de acusadores que se acercan a él para denunciar ‘malas conductas’ y que en el infame cuaderno quedan registradas así: ‘S. (otro S. eh!) dice que A. habla mucho’ o, ante la repetición, ‘se queja mucho de A.’, dejando en claro que la información no la recabó por su cuenta. Toda la situación pudo haber estallado cuando uno de estos proyectos de correveidiles le advirtió al chivato que el cuaderno había caído en manos peligrosas. Sin embargo, sin inmutarse, su respuesta fue: ‘mejor, así saben que los vigilamos’. Foucault sugería que en todos los niveles de la sociedad moderna, incluido nuestro trabajo diario, existe un tipo de prisión continua en la que todo está conectado mediante la vigilancia de unos seres humanos por otros en busca de la normalización y, en caso de que no ocurra, aparece el castigo. Ahora, vigilar podrá ser una función integrante del proceso de producción, podrá ser algo necesario en cualquier trabajo (¿lo es realmente?) pero desde ya que no es algo agradable. El espía si no siente desprecio de sí mismo por el trabajo que le mandan realizar, por el servicio que presta, siente al menos el desprecio de los que están a su alrededor incluso, irónicamente, de los jefes que reclaman sus servicios (para los que también se trata de un vulgar alcahuete). En fin, en el lugar donde trabajo existe una cadena de chismosos que lleva hasta el jefe (que ni siquiera es jefe) al que le gusta ‘estar enterado de todo’ pero no está enterado de nada. Entonces éste dispone una serie de ridículos castigos: A. no va a trabajar más cerca del resto para que no hable tanto con ellos y disminuya la producción, por ejemplo. Lo que no percibe el buchón, el cañuto (así uso todos los sinónimos del Word) es que el peor castigo le toca a él.
7 comentarios:
la venganza es un plato que se sirve frío...
.. y este soplón sí que se lo merece, seguro se te va a ocurrir algo digno de otro post
btw: muy buen blog eh
Los hay en todos lados...
Vaya, no imaginé que pudiera haber un ambiente laboral peor a aquel en el que me muevo. Santiago, representás una seria competencia.
Habría que empezar a sugerir pequeñas venganzas, no?
De esos llamados "castigos" por representar a un gremio tan cobarde.
¿ es un relato sobre un sub-inidividuo?
ah, es que la realidad a veces supera la ficción...
Viste Santiago? Como decía Mafalda, "nunca falta alguien que sobra" ¡¡¡¡qué tipo más botón, no se puede creer!!!!
Beso
En realidad eso de que "que sepan que vigilamos" individualizando a quién vigila podría ser la primera etapa que plantea Foucault en vigilar y castigar (el poder que se exhibe). Después, el modelo del panóptico, piensa al poder escondido y a los vigilados siempre a la vista, sin saber si los miran en ese momento o no. Es el call center o los espacios amplios sin oficina y con separadores...
Saludos, muy bueno
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