08 febrero 2007

¡¿Qué-es-cultura?!

No es que esté en contra de la organización de conciertos gratuitos por parte del Gobierno de la Ciudad (de hecho asistí a uno el fin de semana y me fui encantado). Tampoco tengo mucho que objetar sobre la elección de los artistas que participan en los shows. Ni siquiera me molesta mucho (un poco sí) que los artistas y los presentadores elogien la gestión de un Jorge Telerman a quien no elegí (perdón: nadie eligió) evidenciando que de alguna manera todo se trata de un acto electoral. Pero este tipo de eventos, las jornadas abiertas en los museos y otros así, me invitan a reflexionar sobre una acción cultural pública que indica la persistencia de un modelo de gestión preferentemente difusionista. Un modelo así admite que los realizadores de cultura sean un grupo selecto y permite que la elección de los valores culturales que deben difundirse recaiga en manos de unos pocos. Se facilita el acceso de las mayorías a bienes culturales que son, en general, expresiones legitimadas de la ‘alta cultura’ que representan la porción de oferta cultural menos consumida por la población. Y está claro que democratizar el acceso no es democratizar la cultura. En una sociedad culturalmente fragmentada como la nuestra, donde se hace difícil comunicar códigos de consenso generales, donde la pluralidad cultural impide aplicar políticas homogéneas, donde las iniciativas privadas, por supuesto, prefieren dar su apoyo a acontecimientos masivos, fugaces, bien publicitados y redituables antes que sostener acciones o políticas culturales a largo plazo, hace falta una visión renovada de lo que es la cultura. Es la participación de los ciudadanos como productores (no sólo como espectadores), su intervención en la determinación de los problemas, necesidades, demandas, en la organización y gestión de la acción cultural, sumado a un mayor aprecio por la creatividad y la creación artística, lo que definirá el éxito de una política cultural.

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