Un amigo compró Cashflow. Se trata de un juego de mesa al estilo Monopoly, con billetitos y todo eso, inspirado en Padre rico, padre pobre de Robert Kiyosaki (un argentino vivo leyó el libro, se le ocurrió el juego y ahora lo vende por 150 pesos). Mucha gente que conozco ha leído el libro casi con devoción y, según los comentarios, entiendo que es una suerte de manual de autoayuda para hacer dinero y lograr la independencia económica. La adquisición del juego y las ganas de jugarlo de la mayoría de mis amigos no es casual en una época de la vida (y de nuestra amistad) en la que el dinero, el trabajo, y esas cosas, son tema, inevitablemente, de casi todas las conversaciones y ocupaciones (un poco a mi pesar: yo vendría a ocupar el lugar del nostálgico del grupo que añora épocas en que la vida -y nuestra amistad- iban por otros caminos). El caso es que, por no ser prejuicioso (y por no arruinar la noche), acepté jugar al Cashflow por primera vez en el retiro -casi espiritual- que hacemos anualmente a un campo (“¡padre rico!”). Desde el principio supe que no iba a ganar: el juego es un poco complejo, implica hacer cuentas (¡hasta trae una calculadora!), anotar en una planilla todos los movimientos de dinero, propios y ajenos (“como en la vida real”, me dijeron) y el uso de un vocabulario económico que ellos manejan (por haber estudiado, por trabajar en empresas) y yo no (por ignorante). No sólo por eso la cosa no se presentaba auspiciosa: en el juego yo era un policía que ganaba 800 pesos por mes y el jugador a mi derecha era un gerente que ganaba 8000 (como en la vida real, pensé yo). Entonces, arranqué con desventaja. El objetivo del juego consiste en cumplir un sueño. Los que recuerdo son: comprar una isla desierta en el mar Egeo (500 mil U$S), comprar un velero y participar en una regata en el Mar Mediterráneo (350 mil U$S) y, el que elegí yo, rodar una película y participar en el Festival de Cannes (250 mil U$S). Nada de formar una familia ni nada de eso. Es más, caer en el casillero ‘túviste un hijo’ era algo que todos lamentábamos puesto que era uno de los obstáculos más grandes para la realización económica. La concreción del sueño requiere atravesar una primer etapa llamada La carrera de las ratas: lograr con todos los ingresos la posibilidad de no depender más de un sueldo, es decir, tener un negocio propio, o varios, y que funcionen. Tres largas horas jugamos (se hace aburrido por la falta de interacción) tras las cuales la mayoría no logró dejar de ser una rata (“como en la vida real, de nuevo” pensé). Sólo uno logró enriquecerse, gracias a la compra de unas acciones que luego, por un movimiento azaroso del mercado, incrementaron su valor; puso así su negocio y cumplió el sueño. Comprendimos, al fin, que si el ganador fue a la vez el banquero (el que repartía -y se repartía- los billetitos) no se trató de una mera casualidad. Comprendí, también, que habíamos desperdiciado una buena oportunidad para jugar al Teg.
1 comentario:
Gracias por el relato, es muy ilustrativo. Ahora sé que si tengo la oportunidad no voy a jugar a Cashflow porque voy a salir perdiendo.....como en la vida real.....
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