28 agosto 2006

La noche y la fantasía

“Pocos de nosotros no se han levantado alguna vez antes del amanecer, después de una de esas noches de insomnio, que casi nos hacen enamorarnos de la muerte, o de una de esas noches de horror y deforme alegría, cuando a través del cerebro pasan fantasmas más terribles que la realidad misma y que son como la vida que se esconde en todo lo grotesco, y que presta al arte gótico su tolerante vitalidad, pues este arte es como el de aquellos cuya mente ha sido turbada por la enfermedad de la fantasía. Gradualmente, blancos dedos trepan por las cortinas, y éstas parecen temblar con negras y fantásticas formas; mudas sombras se deslizan por los rincones de la habitación y se esconden allí. Fuera, los pájaros cantan entre las hojas, los hombres se dirigen a su trabajo y los suspiros y lamentos del viento bajan de las colinas y rodean la silenciosa casa, como si temiesen despertar a los que duermen, que necesitarían llamar otra vez al sueño y sacarlo de su gruta purpúrea. Velos y velos de fina grasa oscura van descorriéndose y poco a poco las formas y los colores de las cosas vuelven a ser como eran, y observamos el amanecer que da al mundo su antigua forma. Los apagados espejos recobran su vida mímica. Las luces apagadas están donde las dejamos, y junta a ellas yace el libro que habíamos estado estudiando, o la flor que habíamos llevado al baile, o la carta que habíamos tenido miedo de leer, o la que habíamos leído a menudo. Nada nos parece cambiado. Cuando desaparecen las irreales sombras de la noche regresa la vida real que habíamos conocido. Tenemos que volverla a comenzar donde la habíamos dejado, y nos atenaza la terrible sensación de la continuidad necesaria, en el mismo ambiente de costumbres estereotipadas, o pudiera ser un ansia salvaje de que nuestros párpados puedan abrirse una mañana sobre un mundo renovado en la oscuridad para nuestro placer, un mundo en el cual las cosas podrían tener formas y colores lozanos, que estaría cambiado y tendría otros secretos, un mundo en el cual al pasado tuviera poca o ninguna importancia o supervivencia, de todos modos, con la forma inconsciente de obligación o dolor, pues hasta la remembranza de la alegría tiene sus amarguras, y el recuerdo del placer, su dolor.”

De Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray.

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