25 enero 2015

Encaramos en forma demasiado seria la seriedad, valorizamos en exceso la madurez de los maduros

¿Qué es, en realidad, lo que se imagina aquel que, en nuestros tiempos, siente la vocación de la pluma, del pincel o del clarinete? El, ante todo, quiere ser artista. Quiere crear el arte. Anhela, entonces, con la belleza, la bondad y la verdad alimentarse a sí mismo y a sus conciudadanos, se propone ser Vate, Bardo, Sacerdote y regalarse en su ser a los demás, quemarse en el altar de los sublime, procurando a la humanidad ese maná celestial tan deseado. Además quiere dedicar su Talento al servicio de la idea, y quizás conducir a la humanidad o la Nación al mejor futuro. ¡Qué fines más nobles! ¡Qué magníficos propósitos! ¿No eran tales, acaso, los fines y propósitos de Shakespeare, Goethe, Beethoven o Chopin? Aquí está la cosa, sin embargo, que vosotros no sois Chopines ni Shakespeares, sino a lo mejor semi-Shakespeares y cuartos de Chopin (¡Oh, malditas partes!) y por consiguiente esa actitud sólo destaca vuestra triste inferioridad e insuficiencia, y parecería como si quisierais por fuerza saltar al pedestal, rompiéndoos en torpes saltos vuestras partes del cuerpo muy preciosas.

Creedme: existe una gran diferencia entre el artista que ya se ha realizado y aquella muchedumbre infinita de semi artistas y cuartos de bardos que se empeñan en realizarse. Y lo que queda bien en el genio, en vosotros suena de modo distinto. Más vosotros, en vez de procuraros concepciones y opiniones según vuestra propia medida y concordantes con vuestra realidad, os adornáis con plumas ajenas, y he aquí por qué os transformáis en eternos candidatos y aspirantes a la grandeza y a la perfección, eternamente impotentes y siempre mediocres; os volvéis sirvientes, alumnos y admiradores del Arte, que os mantiene en la antesala (…)

(…) De modo plástico así expondría yo el problema: Imaginad que un adulto y maduro vate, inclinado sobre sus papeles, está pugnando con la obra… Y mientras tanto sobre su nuca se le ha posado un adolescente, o un semiaclarado semiculto, o una doncella, o alguna persona de alma mediana, o cualquier ser más joven, inferior y más oscuro, y he aquí que aquel ser, aquel adolescente, doncella, semiculto u otro cualquier turbio hijo de la subcultura le agarra la mente con su fórceps, ataca su alma, la estrecha y la aprieta, la rejuvenece, la inmadurece y la prepara a su modo, rebajándola a su nivel, ¡Ah, en sus brazos! Pero el creador, en vez de afrontar al inoportuno, finge no notar su presencia y -¡qué loco!- cree que eludirá la violación, fingiendo no ser violado por nadie. ¿Acaso no es eso justamente lo que ocurre con vosotros, comenzando por los grandes genios y terminando por los pequeños y refinado bardos de segundo coro? ¿Acaso no es verdad que todo sea más maduro, superior, mayor y más perfeccionado depende, en mil diferentes maneras, de seres que se encuentran en estados de desarrollo más temprano, y acaso esa dependencia no nos compenetra hasta la médula misma del espíritu nuestro, de tal modo, que es dable decir: el mayor por el menor está sin cesar creado? ¿Acaso escribiendo no debemos adaptarnos al lector? Hablando ¿no nos hacemos dependientes espiritualmente de aquel para el cual hablamos? ¿No estamos mortalmente enamorados de la juventud? ¿No debemos en cada momento buscar los favores de seres inferiores, ajustarnos a ellos, doblegarnos, someternos, ora a su prepotencia, ora a su hechizo, y esta violación dolorosa que sobre nuestras personas comete la semioscura inferioridad no será la más aguda y la más engendradora de las violaciones? Pero vosotros, hasta ahora, sólo sabéis esconder vuestras cabezas en la arena ante la violación y, ocupados en el cincelamiento de vuestras aburridas rimas, no tenéis ni tiempo ni gana para interesaros en eso. Mientras en realidad sois sin cesar violados, adoptáis un semblante como si nada ocurriese, ¡oh, porque vosotros sólo entre vosotros os divertís y la madurez vuestra es tan madura que sólo sabe convivir con la madurez!

Pero si os preocupaseis menos por el arte y más por vuestras personas, no os callaríais nunca frente a tal terrible violación de la persona; y el poeta en vez de que para otro poeta sus poemas escribiese, se sentiría penetrado y creado desde abajo por fuerzas que hasta ahora pasaba por alto. Comprendería que el único modo de librarse de aquella presión formidable es reconocerla; y trataría de que en su mismo estilo, su actitud, su tono, su forma tanto artística como cotidiana, se notase en toda evidencia esa vinculación con lo bajo. Ya no se sentiría sólo Padre, sino Padre y a la vez Hijo, y no escribiría sólo como sabio, como fino y maduro, sino más bien Sabio siempre entontecido, como Fino sin cesar brutalizado y como Adulto siempre rejuvenecido. Y así, alejándose de su escritorio, se encontrase accidentalmente con un niño, un adolescente, una doncella o un semiculto, ya no se aburriría con ellos y tampoco les daría protectoras, didácticas y pedagógicas palmadas en el hombro, enseñándole con toda superioridad sus enseñanzas, sino más bien en un santo temblor se pondría a gemir y rugir y aun, quizás, caería de rodillas. En vez de huir ante la inmadurez encerrándose herméticamente en las así llamados cenáculos, concebiría que el estilo en verdad universal es sólo ese que, en convivencia con seres de diferente condición social, edad, educación y desarrollo, lenta y paulatinamente se crea. Y esto llevaría por fin a una forma tan jadeante de creación y llena de enorme poesía que todos os convertiríais en grandioso genios.

Mirad, entonces, qué esperanza os trae la personal concepción mía, ¡y qué perspectivas! Pero si quisierais que ella se convirtiese en una concepción cien por ciento creadora y definitiva, tendríais que dar todavía un paso adelante, y este paso es tan atrevido, agudo y terminante, tan ilimitado en sus posibilidades y demoledor en sus consecuencias, que sólo de lejos y en voz muy baja lo mencionarán mis labios. He aquí –ya llegó el tiempo, ya se puede empezar, ya sonó la hora en el reloj de los siglos-: tratad de oponeros a la forma, liberaos de la forma. Dejad de identificaros con lo que os define. Tratad de esquivaros de toda expresión vuestra. Desconfiad de vuestras opiniones. Tened cuidados de las fes vuestras y defendeos de vuestros sentimientos. Retiraos de lo que parecéis ser desde afuera y huid ante toda exteriorización, así como un pajarito ante la serpiente huye.

Pues –pero no sé, francamente, si ya hoy pueden mencionarlo mis labios- es erróneo el postulado de que el hombre debería ser definido, es decir, inquebrantable en sus conceptos, categórico en sus declaraciones, claro en sus ideologías, decidido en sus gustos, responsable de sus palabras y actos, preciso y cristalizado en todo su modo de ser. Contemplad de más cerca lo quimérico de ese postulado. El elemento nuestro es la inmadurez eterna. Lo que hoy podemos pensar, sentir y decir, forzosamente se convertirá en una tontería para los bisnietos. Mejor sería, entonces, si hoy ya tratásemos todo eso como una tontería, adelantándonos al tiempo… Y esa fuerza que os lleva a una definición prematura no es, como creéis, una fuerza enteramente humana. Pronto nos daremos cuenta que ya no es lo más importante morir por las ideas, estilos, tesis, lemas y credos, ni tampoco aferrarse y consolidarse a ellos, sino esto: retroceder un paso y tomar distancia frente a todo lo que se produce sin cesar en nosotros.

De Witold Gombrowicz en Ferdydurke.

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