“Esto es lo que se llama el hermetismo, del cual nos ocuparemos ahora, ese contrario de lo espontáneo puro, al cual desprecia por su debilidad intelectual. ¿Pero existe en la realidad un yo semejante? ¿No ha huido al desierto, el convento o el manicomio? ¿Es un ser viviente vestido como los demás, o que se oculta como ellos bajo el manto de todos los días? (…) Sólo que en los secretos de su yo nadie está iniciado, incluso ni un alma, pues no siente la necesidad de que tal cosa suceda, o sabe rechazarla. Pero escuchadle más bien a él mismo: ‘únicamente los espontáneos puros –aquellos que por el espíritu se encuentran casi en el mismo punto que los pequeñuelos, quienes con amable despreocupación no saben retener nada en el cuerpo-, únicamente los espontáneos puros no saben ocultar nada. Es esa espontaneidad que tan a menudo se pretende verdad, naturalidad, sinceridad, franqueza sin ambages’ (…) Y nuestro desesperado tiene el suficiente hermetismo para mantener a raya a los importunos, es decir a todo el mundo, de los secretos de su yo, sin perder por ello el aire de un ‘viviente’ (…) muy a menudo le domina una necesidad de soledad, tan vital para él a veces como respirar, o a veces, de dormir. Que tenga esa necesidad vital con más fuerza que el común de las gentes, es en él otro signo de una naturaleza más profunda. La necesidad de soledad prueba siempre en nosotros la espiritualidad y sirve para medirla. ‘Ese pueblo descabellado de hombres que no lo son, ese ganado de inseparables’ siente tan poco semejante necesidad que, como cotorras, mueren cuando están solos; como el niñito que no se duerme si no se le canturrea, necesitan el gorgojeo tranquilizador de la sociabilidad para comer, beber, dormir, rogar y sentirse enamorados (…) Como el duende del cuento que se eclipsa por una rendija invisible, cuanto más espiritualizado, más trata de alojarse bajo una apariencia donde, naturalmente, nadie pensaría en buscarlo. Esta misma disimulación tiene alguna espiritualidad y es un medio, entre otros, de asegurarse en suma un encierro detrás de la realidad, un mundo exclusivamente para sí, un mundo donde el yo desesperado procura ser él (…) el suicidio es su primer riesgo. El común de los hombres no tiene naturalmente la menor sospecha de lo que puede hacer sufrir semejante hermetismo; quedaríanse estupefactos si lo supiesen. Tan cierto es que corre el riesgo, ante todo, del suicidio. Que hable con alguien, por el contrario, que se abra a uno solo y entonces se dará en él tal alivio, una pacificación tal, que el suicidio dejará de ser la salida del hermetismo absoluto. Entonces el suicidio presenta posibilidades de ser evitado. Pero la confidencia misma puede dar lugar a la desesperación, pues el hermético entonces encuentra que hubiese sido infinitamente mejor soportar el dolor de callarse, antes que darse a un confidente. Hay ejemplos de herméticos llevados precisamente a la desesperación por haber tenido un confidente. Entonces el suicidio puede darse a pesar de todo (…) Tema para un poeta describir, en esta forma, esa contradicción dolorosa de un demoníaco, a la vez incapaz de pasarse sin confidente y de soportar a uno.”
De Sören Kierkegaard en Tratado de la desesperación.
De Sören Kierkegaard en Tratado de la desesperación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario